Se
llamaba Gustavo, y le encantaba verme excitada.
Gemía
en todo momento de que me penetrara, mantenía su mano sobre mi boca para
agudizar mis ruidos haciendo parecer que quisiese ocultar las pistas de lo que
sería una violación, evitando que lo delataran. Lo hacía con fuerza, como un
león en celo buscando la maravillosa reproducción.
Gustavo
era como un macho alfa, solo a mí me pertenecía a pesar de que tenía una
obsesiva fascinación por las mujeres, no importaba que fueran altas, de baja
estatura, morenas, de piel blanca o cabello rizado, si le parecían seductoras
se ponía como único objetivo tirárselas. Y no, no me molestaba siempre y cuando
no lo guardara en secreto y me lo contara. Les podrá parecer extraño pero
cuando me las describía, me excitaba al imaginarlo follar con ellas. Él sabía
lo que ocasionaba cuando me hablaba de esas mujeres y es por eso que le añadía
más detalles de lo que habían sido sus aventuras de tarde o media noche.
Terminábamos en la cama como unos enfermos sedientos de terminar con nuestras
ganas de instinto sexual, con bestialidad y desenfreno.
Amaba
sus dedos dentro de mí, esa temperatura fría que entraba y salía de mi vagina,
calentaba sus dedos traviesos que no parecían cansarse al igual que su lengua
cálida adentrándose en mi boca, nos besábamos, nos masturbábamos, jugábamos con
nuestros fluidos satisfaciendo todo existente deseo.
¡Oh, Gustavo!, qué rico era succionarte, comer de tu miembro, acariciarlo con mis manos, cubrirlo con mi lengua, mis labios, mi saliva y después observarte directo a los ojos, esos ojos que a veces estaban cerrados, mirando hacia arriba o perdidos en la lujuria de la presente sensación, estabas concentrado solo en tu pene y mi boca, te devoraba porque me gustaba, porque quería y porque realmente lo disfrutaba.
Me tomabas en donde estuviese, me estremecía al sentirte tan cerca cuando te hacía lejos, pero ahí estabas, junto a mí, tocándome el cuerpo, me hacías sentir objeto y eso dilataba y mojaba mi vagina, ¡Cómo me encantabas, Gustavo!, siempre estabas lleno de ganas al igual que yo, comíamos y vivíamos de solamente sexo.
En
ocasiones olías a otros perfumes, sabías a otras salivas y había marcas en tu
cuello y/o espalda, aún así me sonreías porque te sentías tan viril, tan fuerte
y tan hombre, que solo te bastaba acercarte para debilitarme y ponerme a tus
pies, pasaba mis manos por sobre tus pantalones, sentías esa exquisita emoción,
jugaba un poco, nos calentábamos, delicia de erección.
Me
despojabas de la ropa, mordiendo mi cuello hasta llegar a mis pezones que
esperaban tu respuesta, tu ira, tu indecencia. Después chupabas de mi vulva
logrando humedecerla para albergar tu pene cual parecía querer explotar, y me
penetrabas, jadeaba, gritaba y te pedía que lo hicieras con mayor fuerza y
entonces sudabas, sudábamos, emitías quejidos salvajes y gozaba mirarte, eso me
ponía aún más de lo que ya estaba, lo más rico era que eyaculabas, podías
hacerlo fuera o dentro, eras todo mi delirio. Y te sigo recordando, me masturbo
con tu recuerdo y cuando se me acaban tus imágenes, las invento.
-Mapachita
Wow pero que delicia...
ResponderEliminarMuy buen relato Corina espero seguir leyendo más así tan exitantes
ResponderEliminarHola Eduardo, gracias por tu comentario :D
Eliminarhacia mucho no. leí un cuento erotico con tanto cuerpo Sigue asiaque seras grande
ResponderEliminarMuchísimas gracias :)
EliminarMuchas felicidades eres encantadora. Te sigo en Twitter y me fascinas
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