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viernes, 16 de junio de 2017

Parte I.
Román era un tipo interesante, lo había notado un par de veces por la calle donde solía juntarme con unos compañeros de clase, por lo menos tres días a la semana era que me lo topaba o solo le observaba de lejos. Era muy alto y delgado, tenía unos ojos con un brillo especial, esa mirada que te hace querer conocerlo más y qué decir de sus labios tan carnosos que no me cansaría de comerle la boca por horas, mañanas, noches, días, meses y si fuera ya un hecho, hasta los años siguientes.  ¡Joder!, me obsesionaba pero así sucede cuando sabemos que no podemos tener eso que tanto deseamos y que nos costaría demasiado trabajo obtenerlo. Y eso mismo me sucedía con él, por el hecho de que iba bien vestido, seguro de sí mismo; era un hombre ya maduro de esos que ni siquiera te dirigen la mirada pero tampoco es que le observara tanto para que se percatara de mi existencia, no, el acecho nunca ha sido lo mío. ¡Oh, Román!, todo un sueño hecho realidad, me lo imaginaba serio pero tierno a la vez. El lograr conocerlo era inalcanzable para mí.

Sabía su nombre porque había escuchado hablar sobre él. Pasaba ya los 30 años, era soltero, sin hijos, elegante, independiente y de objetivos ambiciosos. Mientras tanto yo, sin tener aún novio; virgen y apegada a los valore éticos y morales formados desde casa.

Mis amigas eran casi expertas ya en el ámbito sexual, se les daban a los primeros que se ofrecieran si es que no era al contrario. Hablaban maravillas del sexo, Andrea salía con 3 chicos, Lucero con dos y Cristina con muchos más, tenían encuentros sublimes que las hacían llegar al orgasmo, las pláticas de sus relaciones sexuales siempre estaban presentes en cualquier momento en que nos reuníamos, ya fuera en horas de escuela, tardeadas juntas, en la comida, etc.. Al principio me daba pena tener que oír sus experiencias en la cama y algo abominable cuando lo hacían con la pareja de alguien, no conocían el respeto, la decencia ni la moral. Solo les interesaba satisfacer sus más oscuras y sucias necesidades. Después me daba un morbo, mis hormonas comenzaron a poco a poco alterarse, apareció ese deseo de probar de lo que tanto les apasionaba, lo que las volvía loca y las llevaba a un clímax exponencial.

Fue entonces que Román aparecía en mis “fantasías”, digo, tampoco es que mi imaginación volara tanto como para pensar en sucesos muy exagerados junto a él. Cerraba los ojos durante la noche sintiendo sus labios justo en los míos, me besaba enloquecido dejándome saliva que se desbordaba de mi boca para después ser recogida por su índice el cual se deslizaba horizontalmente sobre mi barbilla. Su mirada brillaba, su respiración se aceleraba y su cuello me llamaba a ser devorado por caricias con mi lengua, a ser besado por veces infinitas, mordido delicadamente y sujetado por mis manos al instante en que mis partes íntimas se estremecían. Segundos después, dormía.

Fueron meses en los cuales solo pensaba en Román. A veces intentaba no hacerlo, no quería que se convirtiera en una obsesión pero era ya demasiado tarde. Seguía observándolo de lejos, en ocasiones de más cerca pero no me atrevía a dirigirle alguna palabra, mirada, ni siquiera un saludo. Siempre era una delicia notarle caminar, respirando aire libre, bebiendo un café, con libros en mano, pluma, maletín, con cualquier cosa que llevase, yo lo veía ideal para mí.  

Habíamos ya concluido los exámenes de la semana y Andrea me invitó a una reunión familiar y algún que otro conocido. Pero no, no asistiría Román por si ya lo estaban pensando aunque sé que hubiera sido lo mejor. Esa noche estuvimos bebiendo, jugando, en cotilleos y bailando. Los hermanos de Andrea eran muy atractivos o quizá ya con el alcohol encima así me parecían. Gerardo era de 23 años, con un carisma que encantaría a toda chica que se le cruzara, olía a cigarro y a bebida. Sin que nadie se diera cuenta, excepto mi amiga, nos encerramos en su cuarto, me acostó en su cama y su boca llenaba de besos mi cuerpo, imaginé que no era él sino Román, dejé quitarme la blusa y succionara mis pezones como si se tratase de un hambriento crío. Bajó por mi ombligo y fue hasta ahí en que reaccioné, no quería dejarme llevar más, mis manos estaban sobre su miembro, segundos antes estaba masajeándolo y en mi mente saboreándolo sin dejarlo de fuera. Entonces, al verme cerca de cometer un error e ir a lo deseado pero desconocido salí huyendo, al llegar a casa me metí a bañar. El agua era caliente y mi mente solo divagaba en ideas lujuriosas con ese hombre que no podía sacarme de la cabeza. Román.

Al día siguiente no me levanté para ir a la escuela, me desperté con dolor de cabeza y con sueño suficiente para optar quedarme en casa. Me hundí en la bañera, el agua acariciaba mi suave piel enrojecida por la calidez del baño. Mi vagina se contraía de excitación, quizá era producto de mis deseos más la sensación del calor. Intentaba controlarme y no pensar en Román pero yo no sé por qué me era imposible, sentir esa excitación entre mis piernas me incomodaba, sentía la necesidad de tener qué hacer algo pero cierta culpabilidad se apoderaría de mí, no importó. Pasé mis dedos mojados por mis pezones los cuales ya estaban endurecidos, los apreté sutilmente y empecé a gemir, entre más gemía, más excitada me hallaba, bajé hasta mi pelvis y por fin hasta la entrada de mi vagina, metí un dedo, después dos, lo hice con cuidado y no tan profundamente, no me estaba gustando del todo pero cuando empecé a imaginarme junto a el hombre de mis fantasías, realmente lo gocé. Pasé a poner el chorro del agua directo a mi vulva, el efecto fue placentero, jamás había percibido tanta satisfacción como la que estaba teniendo, mi clítoris se ensanchó y cambió su tamaño al igual que su firmeza, sentía como mi vagina palpitaba de ganas. No idealicé solo la presencia de Román ni sus deliciosos besos sino que me lo imaginé sobre mi cuerpo comiéndome el cuello, los pechos, mi vientre y todo fluido que derramaba vaginalmente. ¡LO NECESITABA YA! Más lo tenía lejos...


-Mapachita

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